Un bebé nace dejando atrás la “redonda panza de su mamá: su pequeño gran mundo intrauterino”. Un cordón umbilical se corta, bocanadas de aire y un llanto de vida, ¡respira! Una mirada se ilumina.
Desde esa primer mirada, una realidad comienza a ser percibida de manera única y especial.
Niños con sus “manitas” y ojos curiosos exploran un nuevo universo lleno de sabores, olores, texturas, formas y colores.
Durante la infancia, los juguetes se vuelven las posesiones más importantes, siendo algo muy serio el “vamos a jugar a…”. Pero no da lo mismo jugar con cualquiera: aparecen los mejores amigos como los vínculos más valiosos (“dale que sos mi mejor?!”). Complicidades, fantasías e ilusiones se entretejen en esas amistades que se sienten poderosas e inseparables.
En el horizonte del niño no todo es juego y fantasía, además comienza a conocer reglas y normas (complementarias a las construidas en cada hogar) en un espacio de inserción social extra-familiar: la escuela.
El darse cuenta que no todo es diversión y juego, comienza a hacer sentir su peso.
Así transcurre el tiempo y su infancia, debatiéndose entre el placer del juego y el “ponerse serio” frente a eso que los adultos llaman “obligaciones”.
De pronto, aparecen nuevas sensaciones, el cuerpo cambia, y se mira distinto a los pares: adolescencia.
Atracciones, enamoramientos, e ilusiones: ¿quieres ser mi novio? Corazones rotos, desengaños, las primeras frustraciones amorosas impactan como un terremoto, y todo parece que se derrumba.
Temores de enfrentar nuevos espacios sociales: escuela secundaria, y luego… ¿qué hacer? ¿Universidad, trabajo? Miedos e inseguridades ante lo nuevo que asoma.
Y casi sin darse cuenta, la adultez abruma con exigencias laborales y sociales. El obtener dinero muchas veces entra en controversia con el deseo de hacer eso que a uno le gusta.
Parámetros superficiales de éxito y fracaso parecen regir el entorno. Un estrés que abruma, presiones laborales, familiares y sociales no dan respiro. Sensaciones de vulnerabilidad, crisis sociales, económicas y culturales atraviesan la cotidianeidad.
En esa vorágine imparable de la adultez, se llega a esa etapa que parecía tan lejana: la vejez.
La jubilación acecha como un fantasma inminente, y esas repetidas quejas por tener que trabajar día a día quedan en el pasado, dando lugar a: ¿y ahora que ya no trabajo, qué voy a hacer? Miedo al vacío de ya no continuar inserto laboralmente, no sentirse útil, ni valorado socialmente: ¿estoy viejo, y ahora qué hago?
De manera paralela, y en el transcurrir de la vejez, se vuelven a priorizar aspectos emocionales de ternura, retornando así ciertos sentir-es olvidados de la niñez.
La vida, curioso círculo de prioridades:
Niños que juegan, fantasean e ilusionan, se emocionan y sienten.
Adultos, distraídos por un mundo loco, se marean en cuestiones superficiales: poder y dinero, éxitos y fracasos.
Ancianos, con su sabiduría del tiempo vivido y las cicatrices de las heridas recibidas, reacomodan sus prioridades: nostalgia de tiernas anécdotas sobre tiempos y personas que ya no están, sentir-es de risas y ternuras con amigos, hijos y nietos.
De esta manera, los invito a pensar:
Cada individuo que mira, un mundo crea, percibe e imagina; habiendo tantos mundos como miradas posibles.
Si el tiempo de vida es un círculo, casi tan redondo como la apariencia del planeta, cuéntenme mira-mundos:
¿Qué mundo está dispuesto a mirar cada uno?
Si en el universo, como en la vida, no hay arriba ni abajo: ¿de qué manera planean mirar su mundo y vivir sus días?
¿Desde una manera aprendida y heredada?
¿O desde el propio sentir con una mirada imaginada, soñada, construida y deseada?
Pd: este escrito está dedicado a todos aquellos mira-mundos que se atreven a mirar con otros ojos este loco loco mundo!
Texto: Lic Germán Rothstein
Contribución Plástica presentación texto de Marisol M (Chile)
https://marisolm-arte.blogspot.com.ar/
América invertida: dibujo de Joaquín Torres García, 1943.
Imagenes restantes: Pixabay.
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