Un sistema de comunicación está constituido por un emisor, un mensaje y un receptor. Además, canales comunicacionales y ruidos que generan interferencias.
Este esquema que a primera vista parece tan claro, no siempre resulta sencillo de llevar adelante en las relaciones interhumanas.
Las emociones entran en juego, cobrando diversas formas, tiñendo cada vínculo según las características de sus integrantes (extrovertidos, introvertidos, tímidos, desinhibidos, etc.).
Un factor a tener en cuenta, es el ámbito en que se desarrolla la comunicación. No es lo mismo una charla casual con un conocido, una reunión laboral, o un diálogo con la familia, pareja o amigos.
Un incremento de la tensión emocional, exacerba las peculiaridades, dejando en evidencia algunos aspectos del mundo interno.
¿Cómo? ¡No entiendo!
Así como no es fácil encontrarse con otro, tampoco lo es comunicarse.
Inundar de palabras, ahogando al otro, no es sinónimo de decir ni de ser escuchado.
Una sequía de expresiones, incómodo silencio, sume en la incertidumbre y angustia.
El silencio puede constituir un mensaje, y al mismo tiempo imposibilidad de expresarse.
Excesos por cantidad o ausencia, indicadores de desbordes y sufrimiento.
No me sale, ¿cómo le digo? (¿o comerse el decir y el sentir?)
Cuando una persona importa, un tsunami de sentimientos impacta.
“¿Y si me equivoco y hablo algo que no es inteligente?”
El miedo a ser juzgado, o lo que se imagina que el otro va a pensar sobre lo que uno dice, actúa como freno al momento de expresarse. “Antes de hablar pienso, ¿cómo lo digo? Y si lo digo, ¿cómo lo van a tomar?”.
Decires peligrosos duelen, sobrevolando el miedo a ser dejado y abandonado. Como consecuencia, este “no decir” conduce a un encierro en sí mismo, materializándose el mayor temor: quedarse solo con uno mismo, sintiéndose abandonado por no dejar ingresar a nadie en el mundo interno.
“¡Hola!, ¿con quién quiere hablar? Equivocado”.
Una llamada, una respuesta de desencuentro, número equivocado. Búsqueda de alguien, una demanda de amor.
Pero cabe aclarar que el decir es equívoco, no existe de manera perfecta, ni ideal.
Parafraseando a Lacan: “Usted podrá saber lo que dijo, pero nunca lo que el otro escuchó”.
Animarse a expresarse, cuestionando esos “fantasmas internos” que juzgan y aterrorizan.
Cuando una persona se habilita a mostrarse espontáneamente, emerge lo propio y genuino, para una apertura comunicacional.
Liberación interna, que posibilita una conexión con el deseo, para una sana construcción vincular. El amor de otro, está más allá de una llamada acertada, con un perfecto hablar.
El decir más importante, es el que cada uno se dice a sí mismo, para luego poder transmitirlo a otro, en un encuentro de sentir-es y decir-es.
Texto: Lic. Germán Rothstein.
Imágenes: Pixabay.
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