El siglo XXI trae el mundo a los tropezones, con dificultades a nivel individual y social.

Una de sus características es una sobre-estimulación constante, evidenciada en el estrés generado por una aceleración en la vida cotidiana:

“Vivir a las corridas, sin poder dejar de hacer ni un momento”.

Esta imposibilidad de interrumpir “el hacer” sumada a sentir que “nunca se llega a tiempo”, en una sensación de “nada alcanza”, son factores generadores de ansiedad y angustia.

En consonancia, el gran auge de los medios audiovisuales con sus pantallas en diversas variantes, no dan respiro ni espera a sus consumidores voraces. Sujetos que pasan de consumidores a consumidos, siendo borrado su ser.

En medio de este escenario, cuando se interrumpe el hacer, aparece un personaje que tiene mala fama: el ABURRIMIENTO.

Al decir de una paciente adolescente: “el otro día el celular se me quedó sin batería, y no tenía el cargador ¡Fue terrible esa sensación! no sabía qué hacer, un ABURRIMIENTO… un vacío horrible. ¡Y aparecieron esos pensamientos feos!”.

Vale destacar la utilización del pronombre “me” en relación al celular, como si fuera parte de sí misma.

“¿Qué pasa cuando me aburro?”

Al no poder distraer la mente haciendo y haciendo, se cae en una sensación de vacío insoportable. Ante esto:

• Invaden la mente pensamientos que generan costo y sufrimiento (ideas de muerte, vínculos tóxicos, auto-crítica despiadada, etc.). Alternativa poco sana, fantasmas a cuestionar y espantar.
• Soportar la sensación de vacío, permitiendo dar un “tiempo de espera interno”. Esfuerzo que habilita la capacidad de pensar, reflexionar y construir.

¿Qué hacer ante el surgimiento del aburrimiento?

Darle lugar sin desesperar, habilitando así la chispa de la creatividad, favoreciendo las expresiones sentidas y el crecimiento del mundo interno.

Texto: Lic. Germán Rothstein.

Imagen. Pixabay.

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