“¿Tiempos pasados de un mundo mejor?”

No siempre es fácil significar el pasado, y “saber qué hacer” con esos recuerdos de carga emocional elevada.

Desde la perspectiva psicoanalítica, el pasado no es un archivo de apagados de recuerdos, sino una fuerza viva y actuante que influye de manera continua en las emociones, pensamientos, comportamientos y relaciones en el presente.

La añoranza y la nostalgia, se entienden como una forma particular de «gozar de la memoria de lo perdido». Este «goce» no se refiere necesariamente a un placer simple, sino a un esfuerzo por recuperar lo ausente, llegando incluso a cuestionar la irreversibilidad del tiempo. La nostalgia, en particular, es una emoción compleja caracterizada por un sentimiento de anhelo hacia experiencias, personas o momentos del pasado. Durante los siglos XVIII y XIX era considerada una enfermedad mental, debido a que se asociaba con síntomas físicos y psicológicos graves, como ansiedad, melancolía e incluso síntomas de depresión, en personas desarraigadas, como soldados y expatriados (reacción patológica a la separación de la patria o de un entorno familiar, y no una experiencia emocional natural). Actualmente, se comprende como un proceso psicológico que conecta con recuerdos significativos. Este puede funcionar como un mecanismo que genera bienestar o, si se vuelve persistente y disfuncional, contribuir a estados de malestar emocional.

La etimología de la palabra «nostalgia», derivada de las raíces griegas nostos (regreso) y algos (dolor), se encuentra teñida de un sabor agridulce. Para Freud, se vincula con el anhelo del goce del pasado, y el psicoanálisis busca interpretar los símbolos inconscientes detrás de este sentimiento para ayudar al sujeto a aceptar la realidad en lugar de aferrarse a un pasado idealizado.

La nostalgia implica un fuerte apego al pasado, a menudo a algo que es irrecuperable. Este apego puede dirigirse a personas, lugares o incluso a versiones idealizadas de uno mismo. El “yo”, frecuentemente muestra resistencia al cambio y a las nuevas experiencias, prefiriendo lo conocido. Una manifestación recurrente es la nostalgia por la infancia, representando un anhelo por la inocencia perdida, un estado percibido como libre de preocupaciones y responsabilidades, donde uno se sentía cuidado y protegido. Añoranza por la conexión con el «niño interior», esa parte de uno mismo que conserva la capacidad de jugar, de ser cuidado y de conectar creativamente.

Diversos factores pueden desencadenar la nostalgia. Las transiciones vitales importantes, como mudanzas, cambios de trabajo, rupturas amorosas o el paso de una etapa de la vida a otra, suelen activar este sentimiento. También, estados emocionales como la soledad, el estrés y la ansiedad pueden llevar a las personas a refugiarse en recuerdos felices del pasado como una forma de autorregulación emocional. Puede pensarse que tendría un efecto protector contra el estrés, proporcionando un sentido de continuidad y estabilidad.

Los estímulos sensoriales juegan un papel crucial en la evocación nostálgica. Un aroma, una canción, una fotografía o incluso un sabor pueden activar de manera poderosa recuerdos asociados a momentos específicos del pasado, generando una comparación entre la experiencia actual y una vivencia anterior percibida como significativa.

Una nostalgia excesiva puede estar alimentada por duelos no resueltos, por cambios significativos en relaciones o circunstancias vitales que no fueron procesados emocionalmente, siendo una manifestación de ese dolor no elaborado.

Pensamientos se imponen en la mente, repitiéndose una y otra vez, cobrando vida propia e inundando de “ruidosas y dolorosas cadenas” el mundo interno.

 “¿Y si lo hubiera hecho distinto en aquel momento que tuve la oportunidad?”.

Estas expresiones responden al reproche:

  •  no haber actuado de una manera diferente
  •  dejar pasar una oportunidad, fantaseando su pérdida inevitable

El reproche reiterado, genera a nivel psíquico un alto costo, especie de tortura interna que deriva una y otra vez en la siguiente pregunta:

“¿Cómo fue que no aproveche ese momento?”.

A nivel vincular, los lamentos responden a la fantasía de haber podido conocer a esa persona ideal: “Le pude haber dicho eso… ¡y ahora ya está… es tarde, perdí mi oportunidad!”.

Como consecuencia, aparecen la culpa y remordimiento por una pérdida del orden de lo increíble, dando lugar a lamentos reiterados.

“Nostalgias de aquellos tiempos”

Otro tipo de lamentos, hacen referencia a esos tiempos perdidos, que ya no regresan.

“Los tiempos de antes eran mejores”. “Lo que viví en este lugar fue increíble… este lugar ya no es el mismo”.

Añoranzas de tiempos pasados, sumen a la persona en lamentos, impidiendo que pueda visualizar, aprovechar y disfrutar las oportunidades de su presente.

Al decir de Borges: “Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos”.

La lucha fundamental es contra la irreversibilidad del tiempo, siendo la nostalgia una rebelión psíquica contra esta realidad ineludible, fijando al sujeto en un pasado irrecuperable.

El objetivo terapéutico es facilitar la construcción de una identidad más integrada, donde el pasado sea una fuente de significado y aprendizaje, pero sin que genere un bloqueo hacia el presente o el futuro. Se busca ayudar a la persona a reconstruir su relato personal desde una perspectiva más equilibrada y funcional, identificando y modificando narrativas que idealizan el pasado en detrimento del presente.

De esta manera, ni reproches de lo que pudo haber sido y no fue; ni nostalgia de lo que fue y ya no volverá a ser, conducen a un mundo interior saludable.

Esas ocasiones que no se supieron o pudieron aprovechar, dejan enseñanza para abordar de una manera diferente nuevas opciones que surjan en la vida cotidiana, desarmando el reproche, y transformándolo en una oportunidad del presente.

Y esa añoranza de un pasado mejor, costosa nostalgia de “aquello que ya no es”, puede resignificarse en recuerdos que constituyen la valiosa biografía de cada persona.

La historia constituye a cada sujeto, pero no lo determina. El presente se construye día a día, habilitando oportunidades, creciendo y caminando cada quien su propio camino.

Texto: Lic. Germán Rothstein.

Imágenes: IA y Pixabay

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