«Ritos malheridos: agonía de lo Simbólico»

La civilización contemporánea se enfrenta a una mutación sin precedentes en la historia occidental: “la decadencia de lo simbólico”.

Algunas de sus manifestaciones se evidencian en los festejos en exceso propuestos por el sistema de mercado (acatados y validados por las nuevas generaciones), trofeos a repetición entregados en las mismas competencias (borramiento de las diferencias y del valor del esfuerzo), la primacía de la imagen, la inmediatez (con la consecuente dificultad para esperar).

Podría pensarse en un “vaciamiento progresivo de lo simbólico”, una devaluación de los ritos de pasaje, marcas psíquicas necesarias se diluyen, en una relativización de los tiempos.

El Malestar en la Cultura, Siglo XXI

El psicoanálisis clásico, fundado por Freud, operaba sobre una sociedad regida por la represión, donde el malestar provenía de la renuncia pulsional exigida por la cultura para acceder a la civilización. El rito, en ese contexto, funcionaba como un operador de esa renuncia: inscribía al sujeto en una genealogía, le otorgaba un nombre y una filiación a cambio de ceder una satisfacción inmediata.

En cambio, el discurso capitalista tal como lo formalizó Lacan, rechaza la castración y promete que para cada falta hay un objeto (gadget) en el mercado capaz de colmarla. En esta lógica, el rito, que por definición implica una demora, un silencio y una sumisión a una forma heredada, se vuelve insoportable.   

La «modernidad líquida» descrita por el sociólogo Zygmunt Bauman, hace referencia a un mundo donde las instituciones se licúan y los compromisos son volátiles, los ritos de paso, que requieren solidez y permanencia para marcar un «antes» y un «después» irreversibles, pierden su eficacia. Lo que resta son «eventos líquidos»: celebraciones efímeras, diseñadas para el consumo emocional instantáneo y la exhibición narcisista, que no transforman al sujeto, sino que simplemente lo entretienen mientras se desliza por la superficie de la vida sin anclajes.   

El Ritual Simbólico, como contracara del Evento de Consumo

Es de suma importancia distinguir conceptualmente entre el «rito» y el «evento» o «hábito» compulsivo. Siguiendo al filósofo Byung-Chul Han en La desaparición de los rituales, se entiende a los rituales como «técnicas simbólicas de instalación en el hogar». Permiten estructurar el tiempo, lo hacen habitable, siendo una práctica de forma que estabiliza la existencia (no siendo necesaria autenticarla).

Por el contrario, la sociedad actual, obsesionada con la producción y la autenticidad del Yo, desprecia las formas rituales por considerarlas vacías o hipócritas. El resultado no es la libertad, sino la «comunicación sin comunidad». En el fenómeno del UPD o las graduaciones seriales, se aglomeran individuos narcisistas que consumen simultáneamente una experiencia diseñada para ser capturada en imágenes, pero que carece de la fuerza simbólica para inscribir una marca en la subjetividad. El rito se ha convertido en mercancía.   

La Inflación Ritual en la Escuela: UPD, UUD, UVI y la Caída de la Autoridad

El ámbito educativo argentino ha sido testigo en la última década de una proliferación inflacionaria de «rituales» que rodean la finalización de la escuela secundaria. Lo que antaño se limitaba al «Viaje de Egresados» y la «Fiesta de Egreso» (hitos claros de fin de etapa, para dar lugar un nuevo inicio) ha estallado en un caudal de siglas: UPD (Último Primer Día), UUD (Último Último Día), UVI (Últimas Vacaciones de Invierno), la «Presentación de Buzos», etc. Esta fragmentación no es inocua; revela una profunda dificultad para procesar el duelo por la infancia perdida y una crisis en la función de autoridad de la institución escolar.   

El Último Primer Día (UPD)

El UPD consiste en que los alumnos del último año se reúnen la noche anterior al inicio del ciclo lectivo para una vigilia caracterizada por el consumo excesivo de alcohol, llegando a la escuela al amanecer, a menudo en estado de ebriedad, con pirotecnia y cánticos, para «tomar» simbólicamente el establecimiento.   

Antropológicamente, los ritos de iniciación implicaban una separación del grupo familiar y un ingreso a un espacio en el margen, donde los iniciados eran sometidos a pruebas por parte de los ancianos o maestros para acceder al saber de la tribu.

En el UPD, la estructura se invierte, no habiendo «ancianos» ni maestros guiando el rito. Es puramente horizontal, intrageneracional. La transmisión de saber (función docente) está ausente o es rechazada activamente mediante el ruido y el desorden que impiden el inicio de la clase. 

La vigilia tradicional era un momento de introspección y purificación, en cambio en el UPD es una intoxicación sistemática. El alcohol funciona como un «gadget» químico que permite, vía el enturbiamiento de la conciencia, eludir la angustia que provoca el inicio del fin de la etapa escolar. Es una «manía» colectiva: se festeja para no pensar, se grita para no escuchar el silencio del futuro incierto.   

Complicidad de Adultos

Lo más sintomático del UPD no es la conducta de los adolescentes, sino la respuesta de los adultos. Las instituciones educativas y las familias, ante la imposibilidad de prohibir (ejercer la Ley), han optado por «acompañar» o «reducir daños», naturalizando el ingreso de menores alcoholizados a la escuela bajo la premisa de «contenerlos».   

Esto evidencia la «dimisión de la función paterna». Como señala Luciano Lutereau, «a los adolescentes no se los cría, se los acompaña», pero el acompañamiento actual se confunde a menudo con una paridad imaginaria. Los padres, aterrorizados de perder el amor de sus hijos o de ser tildados de autoritarios, renuncian a su posición asimétrica. Se produce una «adolescentización» de los padres, quienes en ocasiones participan de los festejos o financian el alcohol, buscando ser validados por sus hijos. El resultado es que la escuela deja de ser un «Templo del Saber» (un espacio sagrado, separado de la calle) para convertirse en una extensión de la fiesta, un espacio profanado donde la Ley es suspendida no por excepción ritual, sino por impotencia institucional.   

Hitos a repetición: vacío simbólico

La multiplicación de hitos (UUD, UVI) lleva a una banalización por exceso. La fiesta del UVI (Últimas Vacaciones de Invierno) es paradigmática del vacío simbólico. Se festeja el inicio de un descanso, es decir, se ritualiza la nada, la pausa. Cuando cualquier evento cronológico (unas vacaciones, un viernes) es elevado a la categoría de «Hito Histórico» con remeras y banderas, el concepto mismo de Hito se devalúa.

Cuando el rito falla en su función de anudamiento simbólico, lo que emerge es la violencia. Los destrozos en las escuelas, las agresiones a docentes o entre pares durante estos festejos no son meros accidentes; son «actings» o «pasajes al acto» que denuncian la falta de palabras para tramitar la tensión pulsional. 

La escuela, despojada de su aura de autoridad, se vuelve un objeto desechable, susceptible de ser vandalizado como cualquier otro objeto de consumo una vez usado.   

Borramiento de la derrota en el Deporte: El Narcisismo de las Pequeñas Diferencias

En el ámbito deportivo infantil y juvenil, la tendencia global a la entrega de «trofeos de participación», la eliminación de marcadores y la ideología del «todos son campeones» opera como un mecanismo de defensa masivo contra la herida narcisista.   

Desde la perspectiva freudiana y lacaniana, la constitución subjetiva depende de la inscripción de la falta. La competencia deportiva, en su sentido noble, es una puesta en escena ritualizada de este drama: uno desea ganar (obtener el objeto), pero acepta someterse a una Ley (el reglamento) y a la contingencia de un otro (el rival) que puede privarnos de esa victoria.   

La derrota cumple como función un reconocimiento del otro y sus diferencias, reconociendo que fue mejor.

Perder implica reconocer que hay un otro que fue mejor, más hábil o más afortunado. Además, limita la omnipotencia, enfrentando al niño con el límite de sus capacidades y con la realidad de que el deseo no basta para modificar la realidad.

Y si la satisfacción está garantizada de antemano («todos ganan»), el deseo se apaga. El deseo es deseo de lo que falta. La posibilidad de perder es lo que da valor al ganar.

El trofeo de participación es un simulacro. Al entregárselo a todos, el objeto pierde su valor de cambio simbólico. Sin embargo, este objeto cumple una función de tapón: está allí para tapar la angustia de los padres. Son los padres, más que los niños, quienes no toleran ver la frustración de sus hijos. El padre narcisista ve en la derrota del hijo una herida a su propio narcisismo («si mi hijo pierde, yo soy un fracasado»). El trofeo calma la ansiedad parental, no la del niño.   

La consecuencia de criar sujetos en una «burbuja de éxito garantizado» no es una autoestima sólida, sino un narcisismo de cristal, extremadamente frágil.

Intolerancia a la Frustración: El sujeto que nunca aprendió a perder en el juego (espacio transicional seguro) no tiene herramientas para enfrentar las pérdidas reales de la vida (duelos, despidos, rupturas). Ante el primer «No» de la vida cotidiana, el psiquismo colapsa.

Freud, en el Malestar en la Cultura, hace referencia al “Narcisismo de las Pequeñas Diferencias”, advirtiendo que cuando las grandes diferencias se borran, la agresividad se vuelca sobre los detalles más ínfimos para sostener la identidad. En un entorno donde «todos son campeones», los niños buscarán diferenciarse por otras vías, a menudo más crueles y menos reguladas: la marca de las zapatillas, la popularidad en redes, el bullying físico. Al eliminar la competencia reglada (simbólica), retorna la competencia salvaje (real).   

La Banalización del Esfuerzo

Si da lo mismo entrenar que no entrenar, esforzarse que holgazanear, porque el premio es el mismo, se destruye la ética del esfuerzo y la sublimación. El deporte se convierte en un pasatiempo intrascendente, una «actividad» más en la agenda saturada del niño hiper-moderno, despojada de su potencialidad para forjar el carácter a través de la adversidad superada.   

La Inflación Académica: El Diploma como Mercancía y Espectáculo

La banalización de los ritos de consagración académica se produce por la equiparación de cursos breves con carreras de grado en la intensidad del festejo, y la exhibición compulsiva de certificados, responden a la lógica de la «Sociedad del Espectáculo» y el «Imperio de lo Efímero».

La ceremonia de graduación de este curso breve, es un simulacro que permite al sujeto apropiarse de la imagen del «graduado» sin haber pagado el precio simbólico (el tiempo y el esfuerzo) que esa imagen representaba tradicionalmente.   

La validación en Redes Sociales: La proliferación de certificados en LinkedIn o Instagram obedece a la necesidad de construir un «Yo Ideal» digital. El sujeto no busca el saber, busca la mirada del Otro. La foto con el diploma vale más que el conocimiento adquirido. Es el triunfo del parecer sobre el ser.

De esta manera, si el ritual de graduación es idéntico para un neurocirujano que, para un curso de decoración de uñas de dos semanas, el significante «graduación» pierde su valor diferencial. Todo vale lo mismo, por lo tanto, nada vale mucho.   

El Síndrome del Impostor

Una consecuencia paradójica de esta facilidad para obtener credenciales y rituales de éxito es la prevalencia del «síndrome del impostor». Aunque el sujeto tenga el papel y haya tenido la fiesta, en su fuero interno sabe que no hubo transformación real. La falta de ritos de paso auténticos (que impliquen prueba y dificultad) deja al sujeto con la duda perpetua sobre su propia legitimidad.

Como no hubo «prueba» superada, la duda persiste: «¿Realmente soy esto que dice el papel?». La angustia, expulsada por la puerta de la facilidad, entra por la ventana de la inseguridad crónica.   

 El Rechazo del Tiempo y la Historia

El rito inscribe el tiempo, marca generaciones, acepta la muerte (paso del tiempo). El simulacro festivo actual intenta detener el tiempo en un presente perpetuo de juventud y éxito. Es una sociedad que se niega a envejecer y a transmitir. Los adultos que se comportan como adolescentes en el UPD, o que compiten con sus hijos, rompen la cadena generacional. Sin transmisión, no hay cultura; solo hay repetición de lo mismo.   

¿Es posible una Re-simbolización?

Un camino sano, no se trata de un retorno nostálgico al autoritarismo del pasado (el Padre terrible).

El desafío para el psicoanálisis y la sociedad es encontrar formas de reintroducir la falta y la ley de manera que sean operativas hoy, dando un tiempo de espera interno que posibilite la reflexión y la simbolización.

Como señala Byung-Chul Han, «la desaparición de los rituales desgasta la comunidad». Recuperar el sentido del rito (su gravedad, su estética, su capacidad de corte) es quizás una de las tareas más urgentes para reconstruir un lazo social habitable.

Cuestionar la inmediatez y los parámetros de éxito, para dar lugar a la aceptación de los tiempos de un proceso, revalorizando el esfuerzo (sin ceder al facilismo, tolerando la frustración). Habilitar la diferencia, respetando la propia subjetividad, generando contenidos que se puedan anudar al deseo.

Texto: Lic. Germán Rothstein.

Imágenes: generadas por IA.

Investigación bibliográfica: Gemini IA.

Referencias bibliográficas:

Byung-Chul Han, “La desaparición de los rituales” (2020)

J. Lacan, “Del discurso psicoanalítico [Conferencia]. Universidad de Milán, Italia”.  (1972, 12 de mayo). 

L. Lutereau, “Esos raros adolescentes nuevos” (2019)

S. Freud, “El malestar en la cultura” (1930)

Z. Bauman, “La modernidad líquida” (2020)

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