Darse el tiempo de realizar un paneo crítico y reflexivo del contexto social, político, económico y cultural, es un importante ejercicio.

Dicho ejercicio no debe ser constante, porque se tornaría muy desgastante, dada la locura de la cotidianeidad en que se vive.

Las autoridades de los países no cumplen con su palabra: proponen unas reglas y en su hacer no cumplen con lo pactado. Ante esto, le quitan valor y poder de verdad a su propio discurso, ya sea por ineficiencia y poca capacidad, o por la corrupción del sistema.

Lo más grave, es que cada día importa menos no cumplir con la palabra, “tapando verdades con realidades dibujadas”.

 Las ficciones construidas desde el poder se vuelven más burdas y de menor calidad, sin importar que estas propuestas sean creíbles.

Mentiras manifiestas comienzan a abrir camino a nuevos emergentes a nivel mediático y político: personajes denunciantes, sacuden mentiras en un intento de hacer reaccionar a la población e intentar captar su atención.

En un mismo movimiento, se declaran justicieros y a su vez proponen una “nueva y mejor ficción”, convocante de seguidores.

Ante esto, no hay que caer en la trampa de cambiar una ficción por otra, ingresando en una “posible nueva realidad dibujada”.

El desafío es no quedar atrapado y encandilado en una ficción denunciante.

En un inicio, el sacudón generado por la denuncia es motivador, pero hay que estar alerta de no quedar cristalizados en su discurso.

Toda denuncia es valiosa como punto de inicio de un movimiento de cambio, no de captura discursiva de seguidores, que se tornen fanáticos.

Denuncia como proceso de cambio, dando lugar a una realidad más legítima: aquella construida desde un pensamiento crítico, libre y en conexión con el propio deseo.

Texto: Lic. Germán Rothstein.

Imágenes: Pixabay.

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