“El enigma de la cuna vacía”

La disminución global de la natalidad se ha consolidado, con profundas implicaciones para las sociedades en todo el mundo. Trasciende fronteras geográficas y niveles de desarrollo económico, se manifiesta en una proyección alarmante: la tasa de fertilidad global, que en la década de 1950 superaba los 4.9 nacimientos por mujer, se redujo a 2.3 en 2023 y se espera que continúe su descenso, alcanzando el nivel de 2.1 en 2050 y cayendo aún más a 1.8 para el año 2100. Esta tendencia no es meramente un retraso en la edad de la maternidad, sino una reducción sustancial en el número total de hijos que las mujeres están teniendo a lo largo de su vida reproductiva.

Si bien los análisis convencionales a menudo señalan factores socioeconómicos como la educación superior de las mujeres, el desarrollo de carreras profesionales, la falta de vivienda asequible y la escasez de servicios de cuidado infantil como contribuyentes al retraso de la paternidad y la disminución de la fertilidad, la evidencia sugiere que las políticas incrementales por sí solas son insuficientes para revertir estas tendencias.

Los estudios apuntan a un cambio en las prioridades de las generaciones jóvenes, una transformación que las explicaciones superficiales no logran desentrañar por completo.

“Deseo de ahijar”

El deseo de tener un hijo, no se trata de una simple decisión biológica o práctica, sino que se nutre de deseos profundos, fantasías inconscientes y conflictos no resueltos.

La paternidad puede ser comprendida como el anhelo de forjar una nueva relación, una sensación de conexión interna única. Frecuentemente, se entrelaza con fantasías de inmortalidad y la perpetuación del yo, brindando una sensación de continuidad y una extensión de la propia identidad y legado (el «alma eterna» como una forma de negar la propia muerte).

La idealización de control sobre el legado, el entorno y el bienestar de un hijo, esconde un miedo inconsciente a la pérdida, la vulnerabilidad y la exposición, ya que representa algo externo al yo, que no puede ser completamente controlado o protegido.

“¿Presagio de desaparición?”

El concepto de lo «siniestro» en Freud se relaciona con algo familiar que se vuelve inquietantemente desconocido, a menudo vinculado al miedo a la muerte.

Una sociedad que históricamente ha dependido de la procreación para la continuidad y el legado podría experimentar inconscientemente la disminución de la natalidad como un «inquietante presagio de muerte» para la comunidad. La imagen familiar de un futuro lleno de niños y nietos se vuelve inquietantemente vacía, desencadenando una ansiedad existencial, por un posible duelo colectivo demográfico.

La pulsión de muerte entra en juego en el Inconsciente Colectivo, en un movimiento de ir hacia lo que se teme. Una fascinación por la autodestrucción, disfrazada en el culto a la individualidad y la imagen de la eterna juventud.

“Repetición o diferencia”

La compulsión a la repetición, el impulso inconsciente de revivir conflictos o experiencias pasadas no resueltas, puede motivar el deseo de ser padre, buscando recrear o corregir dinámicas familiares. Para aquellos que experimentaron relaciones difíciles, emocionalmente cargadas o negligentes con sus propios padres, tener un hijo puede reflejar el deseo de sanar o resolver estas heridas pasadas, con el desafío de diferenciarse de la propia historia.

“Narcisismo social: auto-realización”

Si la sociedad moderna se inclina hacia un narcisismo creciente, con un ego-ideal centrado en la autorrealización individual, la forma de inversión narcisista en la reproducción podría estar cambiando.

Freud postuló que el amor parental es «nada más que el narcisismo de los padres renacido, que, transformado en amor de objeto, revela inequívocamente su naturaleza anterior». Los hijos, en esta visión, cumplen los «sueños anhelados de los padres que nunca realizaron» y ofrecen «seguridad al refugiarse en el hijo» para la «inmortalidad del ego».

Sin embargo, si el narcisismo social se intensifica, la libido podría dirigirse hacia el «Yo» individual y las experiencias inmediatas.

Esto podría significar que el «retorno de la libido narcisista», en vez de ser invertida en «ser padres», podría dirigirse con más intensidad hacia lo propio, al «ser yo» (carrera profesional y desarrollo personal).

De esta manera, la «táctica del narcisismo» podría haber virado de la «procreación» a la «auto-realización», en un mundo que valora cada vez más el logro y el placer individual, llevando a un choque entre las viejas y las nuevas generaciones.

Si el imperativo social pasa de adherirse a una ley moral (que implícitamente incluye la procreación para la continuidad social) a maximizar la felicidad y la libertad individual, entonces tener hijos, que a menudo implica un sacrificio personal significativo y limitaciones a la libertad, se convierte en una elección menos deseable.

Las «nuevas culpas» podrían surgir de no disfrutar plenamente de la vida o no lograr la autorrealización, en lugar de no reproducirse.

Podría pensarse así en un viraje de «ser para otros en busca de ser querido», hacia «ser para sí mismo, en busca de ser admirado al mostrar el propio brillo».

“Mundo roto”

¿Es «bueno» traer un hijo a un mundo que se siente roto o a una dinámica familiar que podría repetir el sufrimiento pasado?

Esto podría manifestarse como una elección de no tener hijos, no solo como una decisión consciente de autorrealización, sino como una «protección» inconsciente contra el daño percibido, tanto para el posible hijo como para la propia psique del progenitor.

“Mirar-se más allá de los mandatos”

Si el declive de la natalidad tiene sus raíces en ansiedades inconscientes profundas, cambios narcisistas y la degradación de las estructuras simbólicas, las intervenciones políticas puramente racionales o económicas resultarán insuficientes.

La mirada, dirigida hacia un cambio social con una mayor alfabetización emocional y la voluntad de enfrentar verdades inconscientes incómodas.

Sin olvidar el individuo, que el deseo propio pueda registrarse y respetarse, más allá de los imperativos sociales reinantes en cada época. Para cuestionar estos atravesamientos culturales, el espacio de terapia individual se torna fundamental en el proceso de crecimiento interno.

Texto: Lic. Germán Rothstein

Imágenes: IA

Recopilación de datos: Gemini IA

Referencias Bibliográficas:

S. Freud, “Introducción del narcisismo” (1914)

S. Freud, «Lo Siniestro» (1919)

S. Freud, “Más allá del principio de placer” (1920)

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