Son épocas en que el peso del mundo ha crecido de manera exponencial, sintiéndose en ocasiones demencial.
Las normas se transgreden sin existir sanciones, muchas veces siendo avalada la violencia por las autoridades de turno.
El respeto al otro escasea, y los derechos se han convertido más en una bandera política que en una forma de vincularse.
¿Cómo sostenerse sin caerse?
Resuena una frase repetida por personas mayores, que hoy en día se hace carne en las distintas generaciones: “no entiendo este mundo en que la palabra no vale y se miente en la cara. ¿Cómo es posible vivir así?”.
Siendo su complemento, el terrible: “Todo pasa, no hay que hacerse cargo, el tiempo lo borra”.
A nivel social, las consecuencias no se hacen esperar: caos, confusión, anomia y agresividad. Incremento de poder de algunos sectores, caída en una mediocridad evidente de la mayoría de los ciudadanos, con un gran padecimiento psíquico y emocional.
Descripción gráfica de un escenario cuasi apocalíptico, pero no olvidar que en determinadas ocasiones “para levantarse y crecer, antes hay que caer”.
Ponerse de pie con la mirada en alto, alzar la voz como un medio válido de expresión, denunciando la injusticia.
Así, aquello que quieren hacer creer que poco vale, cobra fuerza y brilla en su esplendor: la palabra despliega su poder.
Ante un contexto exterior difícil, habilitar opciones desde el mundo interior confiando en uno mismo, permite elegir con responsabilidad.
Un llamado a la libertad.
Detrás de cada derecho, existe una obligación, un deber.
Cuestionar el “todo vale, nada importa”, dando lugar a ser libre haciéndose cargo de las propias elecciones, respetando al prójimo.
Y cuando este decir de libertad se une al deseo, una fuerza intensa circula en el mundo interior, sucediendo algo mágico: ¡creer que es posible!
Texto: Lic. Germán Rothstein.
Imágenes: Pixabay.
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