«Diego, un niño y su pelota»

En las etapas más importantes de la vida, estuviste marcado por el exceso.

En tu infancia, sufriste exceso de faltas, en la humilde Villa Fiorito que te vio crecer. Como dijiste en algún momento: “Yo nací en un barrio privado, privado de luz, agua, teléfono”.

Pero en medio de tanta abundancia de privaciones, aparece ella y te introduce en un nuevo mundo: la pelota.  Esa caprichosa (como la llama Quique Wolff) que colorea con sus piques y rebotes tantos grises.

Un niño juega con su pelota, entretejiendo sueños y esperanzas, con dolores y sufrimientos. Algo en tu pecho se comienza a gestar, convirtiéndose el hambre por escasez de comida, en hambre de gloria, tatuando en tu piel los colores celeste y blanco.

En tu adolescencia, comienzas a jugar en primera, y conoces una tentadora pero peligrosa compañera: la fama. Se hace presente en forma de exceso de reconocimiento acompañándote el resto de tus días.

Sociedades del mundo te consideran “el elegido”, peso inconmensurable. Desde la fantasía, sentirse elegido daría la sensación de ser algo grandioso, pero al serlo se carga y representa tanto beneficios como costos de quiénes lo eligen. 

Se conforma así un doble juego de mostrar- mostrar:

–  gloria deportiva

– ruptura de normas y reglas a nivel personal  (estos excesos existieron Diego, y debieron ser penados; siendo la no sanción lo que más daño te ocasionó, ya que ni el sistema judicial te decía que “NO”).

Siendo así “el elegido” convocado a ser amado y odiado, por mostrar en acto lo que muchos no toleran ver como parte de la sociedad.

De pronto, te das cuenta que el “NO” deja de existir, gran problema.

El “NO” hace de borde psíquico, de límite y sostén. Te llaman D10s una y otra vez, y nace hasta una Iglesia Maradoniana, con fieles y seguidores.

¿Quién se anima a decirle que “NO” a D10s? ¿Por qué D10s tendría que escuchar un “NO”?

Absolutos enloquecedores para cualquier ser humano. Una vez dijiste: «Déjenme vivir mi vida, yo no quiero ser ejemplo de nadie». “A mí nadie me enseñó a ser Maradona”.

 Si no hay límite, si no hay borde, no se siente un freno.

El mundo interno, necesita un freno, sino se cae en un des-borde constante, que lleva a un vacío intolerable.

A este vacío se lo intenta llenar con diferentes contenidos y sustancias, diversas adicciones. Pero a pesar de todo, sientes que nunca es suficiente, que nada alcanza.

En medio de esto, la gloria se hace presente: junto con tus compañeros,  la selección Argentina ganan el mundial, ¡tu sueño de niño se hace realidad!

Jugaste contra las grandes potencias del mundo, y en su casa a muchas derrotaste.

 ¡Tentador y valiente desafío pelusa! combatir a los poderosos desde tu lugar de “pibe de barrio”.

 Además, en tus ratos libres, enfrentas a los poderosos del planeta, diciéndoles cosas que nadie se anima a decir.

En una u otra circunstancia, siempre te acompañó ella, la querida Caprichosa. Y lo tenías bien en claro cuando expresaste: “La pelota no se mancha”.

Se despliegan desde la picardía de “la mano de Dios”, al genial Barrilete Cósmico (al decir de Víctor Hugo Morales) empujados por un corazón enorme. Talento, genialidad y garra, impresionante combinación.

Ya sea en el potrero, en el verde césped o entre las nubes del cielo, siempre el Diego hará jueguitos, con su cara iluminada de felicidad. Porque hay algo que no se puede contaminar, un niño jugando… el niño Diego y su pelota.

Texto: Lic Germán Rothstein.

Contribución Gráfica: Max Feito.

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